Con extraña nostalgia melomanita desarchivé esta mañana los recuerdos de la patria.
Escuchando joropos comencé mi viaje en el llamo, que recio y madrugador me animó con arpa cuatro y maracas y un seis por derecho y un contrapunteo para terminar arrullándome con las bellas tonadas que hablan de la Luna llena o de su menguante proceso que les da a los llaneros una compañía serena.
En la capital musical salte al Seis Figureao y a La Bella del Tamunangue, porque para bailar La Batalla no tenia los arrieros, me quedé en la zona y con “La Guerra de los Vargas que en la montaña empezó por una vaquita flaca” dancé paso a paso en mi me memoria el recuerdo de la coreografía de aquel Golpe Tocuyano.
En busca del frío refrescante de las montañas andinas me pasee extasiada entre valses y bambucos, y guardando en la memoria la vista del imponente nevado Pico Bolívar me fui camino al calor falconiano, y allí disfruté con sus Tambores Veleños que repican como las caderas de las negras que al compás del cuero mueven su esbeltez envueltas en un olor a mar y pescado fresco.
La costa caribe me recibió con sudor, bellas voces negroides y cantos de sirena, luego al son del Cumaco y un buen sangueo celebré “Con banderas de colores” a San Juan Bautista. ¡Que sabroso! es escuchar repiquetear de esos tambores rememoran la herencia esclava y africana que de legado nos dejó, ritmo y sabor para jamás olvidarlas, Cata, Cuyagua y Choroní.
En oriente me encontré con los pescadores y de sus atarrayas enredadas sacaron cuatros, guitarras, bandolas… y, entre polos, malagueñas y galerones le cantaron al amor, al mar azul y al horizonte infinito. Reconfortada con tan dulces melodías decidí darle gozo el cuerpo y me fui al sur con sus hermosos tepuyes y alegres mineros que me recibieron en el Callao con el alegre y pegajoso Calipso. En el siempre carnavalesco Callao las hermosas Madamas con sus trajes multicolores y floridos, los diablos rojos, sus amenazantes máscaras y los medios pintos maquillados de betún me envolvieron en esa herencia antillana que se canta en papiamento y se baila con el alma recordando a “Isidora” y a una “Guayana que es rica en oro, hierro y mujer”.
De regreso al centro ya en la Gran Caracas, la de los techos rojos, me senté a los pies del Avila y una retreta armonizó mi estadía con merengues que hablaban de una tal “Carmen la que contaba diez y seis años.”
Creo que tanta melancolía es sencilla necesidad del terruño, y con gran afán de recorrer el país llegué a mi occidente venezolano pa’ quedarme, en mi tierra, el Zulia. Entre fotos de la Plaza Baralt y la Calle Carabobo me imaginé como "va cantando el pregonero vendiendo su merancía" así como Rafael Rincón lo vió y me sentí la “Reina” de la contradanza pensando en los amores de vals de “Natalia”.
Corriendo me fui a las riberas del lago a ver al Catatumbo tan misterioso y peculiar y terminé bailando con mi saya al son del Chimbaguele y abrazada con Juan de Dios que me decía al oido: “San Benito lo que quiere es que lo bailen las mujeres”, y pa’ cumplirte la petición un trago de ron ¡Salud mi santo negro!.
En lo mío me detengo y acá canto y bailo todo lo que a bien evoco, desde la gaita perijanera con sus culebras, enredos, y su alegre y bravío grito de guerra “eh, eh, eh, eh, ehhh vaaa”, hasta la gaita tambora que me recuerda “Que los ojitos de Lucía parecen dos para paras”.
Entre Bambucos y danzas pensé de nuevo en mi “Maracaibo Florido” que fue primero de Armando Molero, pero de cualquier modo mía, como diría Udón “yo te llamo con voces del alma, mía, a boca llena, Maracaibo mía”; ahora no se si con más anhelo de la tierra que antes, me arrodillé frente a “La China”* y tareé la “Grey Zuliana”, para monumentalmente ponerle fin a mi viaje por el cántico, la melodía y baile de mi pequeña Venecia.
*“La China” llamamos cariñosamente los zulianos a la Virgen de Chiquinquirá, nuestra patrona.