He aprendido que la distancia cuando se trata de vos no tiene medida permanente, puedo medirla en tazas de café, tardes de lluvia y salas de espera.
La puedo calcular en frases, odio y esperanza. Anoche por ejemplo la medí en canciones, esas que otros usaron para medir la suya y la vi caminar contoneándose distraída sin saber de su mesura.
También la puedo tasar en atardeceres, aeropuertos y en las gripe que nadie nos cura. La he medido en recuerdos e imágenes, esas que a punta de ceros y unos le dan figura a la palabra y la mantienen viva.
La he visto acumulada en lo papeles revueltos de una oficina, en platos y camas vacías. Alguna noche la he medido en silencios, eso que se amontonan en los días malos y hacen el abismo más grande.
La mido en cucharas, canas y niños. Hace unos meses la tasé en números, entonces las métricas convencionales, las de las horas o la de la regla que escondo en mi cajón se sumaron y dibujaron mapas aparentemente inalcanzables.
Es cierto, la puedo medir en todo y con todo, gatos, zapatos y años cobardes y aún así, en este justo instante donde todo está en el invariable lugar de siempre solo sé que me haces falta y no sé cómo medirlo.