¿De dónde viene tu nombre? Así dice una canción ochentera de Evio Di Marzo y que a mí, particularmente me gusta mucho. Pero esto no es sobre música sino sobre una pregunta recurrente en mi andar ¿De dónde viene mí nombre? No hay muchas respuestas, pero he aprendido calmar la ansiosa curiosidad de muchos y sobre todo la mía.
De niña me conformé con saber que venía de un texto, pero la curiosidad le puede a una con los años.
Hace algún tiempo, Oscar un cubano encantador que me reconocía los pensamientos se sorprendió al oírme decir, mi nombre es Aymará, mucho gusto, y en un primer intento sólo me dijo… tienes cara de llamarte Aymará y creo que ese día, uno cualquiera de agosto de 1994 se despertó la verdadera curiosidad; hasta ese momento sólo sabía lo que mis padres me habían contado, pero creo que desde allí no fue suficiente.
Debo reconocer que me pareció banal esa expresión de Oscar, sobre todo si venía de un bohemio director de teatro, a corta edad había aprendido de lo astutas que podían ser las palabras que venían de los de su especie, aunque luego descubrí que Oscar no encajaba en el estereotipo.
Pasó un mes, y antes que me despidiera para siempre de mi nuevo amigo cubano sin sabor en el baile, más no en las palabras, recibí un regaló que me adentró en lo que sería una reclamante inquietud de saber de mi yo, lo escuche decir, “Aymará, Aymará, no se si tus padres lo sospechaban, pero ningún nombre encajaría mejor en ti, te llaman Flecha Envenenada y no se si lo sepas, pero eso es lo que significa tu nombre”, luego me dio un fuerte abrazo y ni más, como dice el tango,“Nunca más volvió, nunca más la vi”…
Mis padres, bueno mi madre sobre todo, me había contado la historia que habían sacado mi nombre de un libro, como buenos representantes de la antigua y excéntrica Escuela de Letras de la Universidad de Zulia, de los 60’ y 70’, siguiendo bien el patrón de idealistas, poetas, borrachos y come libros todos, en especial mi padre, que tenía de todo lo anterior no un poco, sino mucho.
“La Gocha”, como solían llamar a mamá en la universidad, por el noviazgo que tenía con mi padre, solía decirme que había extraído mi nombre de un texto que se titulaba “Quince poemas para una mujer que tiene quince nombres”, un compilado con sendos versos titulados con nombres indígenas, cada uno, para una mujer muy particular.
Por muchos años en mi casa me paseé por la que siempre me pareció una aburrida y llena de polvo biblioteca y, algún día que no recuerdo cuando fue mi madre me vió curioseando entre los libros, y con cierto orgullo me mostró “Hasta la Fecha” un obra que Luis Pastori, un aragueño había escrito y de donde había sacado mi nombre. Entre Zadila, Nayandú, y otros más encontré Aymará, “Viajera que Meditas”, así describió Pastori mi nombre.
La curiosidad ha sido una buena compañera en mi vida y el gusanito que me ha llevado a descubrir una que otra cosa y me ha acercado a otro origen de mi alias, resulta que los Aymaras o Aymarás son una tribu indígena de los andes latinoamericanos, que han habitado en Bolivia, Perú y Chile por años; según los historiadores han estado allí por siglos, incluso afirman que dos mil años antes de Cristo.
Hoy que los vaivenes de la vida me han convertido en una nómada come libros, como mi padre, recuerdo a Oscar y veo que tenía razón, no se cuanto de “Flecha Envenenada”, “Viajera que Meditas” o de pueblo ancestral lleve en mí, pero estoy convencida que ningún nombre calzaría mejor con mi naturaleza, con mi esencia.